Antología de la tristeza. Vivir y dejar de hacerlo.

Hoy publicamos un nuevo relato, que más bien podría decirse que se trata de una reflexión.

Sobre lo que se siente al ver tu vida pasar por delante de tus ojos. Al ver lo que has hecho bien y lo que has hecho mal. Al saber que jamás volverás a ese momento. La tristeza de decir adiós a momentos dulces para decir hola a otros de incertidumbre.

Reflexión sobre cómo nos acercamos al adios sin saber siquiera el rostro que tiene la muerte.

REFLEXIÓN:

Allí estaba ella, mirando al vacío, al horizonte, sin sentir nada, con total inexpresividad en sus ojos. Fuera de su ser transcurría sólo el viento alrededor de las hojas de los arboles que la cobijaban. Allí sentada permaneció, buscando mil preguntas, viviendo en un completo estado de sosiego a la vez que le parecía fuera de lugar el encontrarse allí.

De repente recordó su primer día en el jardín de infancia. Su madre la despertó de una manera dulce, le hizo un rico desayuno y la vistió mientras se dispuso a peinar su rizado y asaz cabello a la vez que arrullaba una canción para calmarla de lo pavoroso que le resultaba que le peinaran su pelo. Era difícil que no le hicieran daño por el rizo tan abundante que tenía. Sonrió al acordarse del cuidado que ponía su mamá para protegerla del dolor como hacía todas las mañanas.
Pero aquella mañana era especial. Sintió el orgullo de su madre a través de su forma de acariciarle su tez morena y suave. Halló la protección de una madre que es adepto.
Su primer día de escuela conoció a amigos que sin saberlo, algunos de ellos la acompañarían a lo largo de su vida. Curioso, era raro volver el tiempo atrás en un instante y acordarse de todo perfectamente, y sentirlo; el ruido en las aulas al entrar, el alboroto que se formaba en esos pasillos, niños llorando porque despedían a sus padres en la puerta, pero que pasadas unas horas estaban felices jugando con sus otros compañeros.
Su primer beso con su compañero de pupitre, sus juegos en el patio, sus horas muertas jugando con los juguetes de allí y su muñeca favorita que escondía para que cada mañana sólo pudiera cogerla ella. -Que bonito era todo-, pensó con lágrimas recorriéndole sus rosadas mejillas. Había descubierto y explorado el valor de la amistad.

De repente el recuerdo se esfumó.
Sintió la presencia de alguien que también se sumaba al mismo lugar que ella y que la contemplaba pasivo, sin actuar, ni entablar palabra alguna, pero se encontraba tan abstraída y ensimismada que no levantó la cabeza si quiera para saber de que acompañante se trataba. Le resultó muy ajeno a su momento allí.
Acarició la hierba que la rodeaba frente a su mano cansada, dejándola caer suavemente contra el terreno. Mientras oía el canto de los pájaros del lugar sufrió una reminiscencia de nuevo.

Aquellos viajes a lo largo de su infancia acompañada de su familia, lo que recorrió, conoció y averiguó gracias a todos y cada uno de los desplazamientos que le tocó realizar. Conoció el valor de la interconexión con todo lo que nos rodea.

Sabía que en algún momento debería levantarse y volver a casa, pero estaba tan melancólica aún sin saber del todo el porqué, no entendía nada de esa sensación distante que sentía y esa pesadez que se adueñaba de ella que no era capaz de articular ningún músculo de su cuerpo. Sus lágrimas no paraban de brotar y contempló la presencia de aquel transeúnte que aún la acompañaba y al que aún no había mirado siquiera. Allí seguía, observándola, no se había preguntado ni el porqué.

De repente acudió a su memoria la adolescencia.
Fue buena, demasiado buena, parte vivida en un pueblo, otra parte vivida en distintas ciudades. Conoció la humildad, la lealtad, y el dolor al ver cuán podrida estaba la sociedad fuera de las montañas. No todo era como en su pueblo, no eran los mismos valores, sino más bien un “salvese quien pueda”. Había quienes ocultaban sus sentimientos y vivían en una constante mentira, familias de paja, trabajos para sobrevivir,infelicidad a largo plazo, gente que la tachaba de idealista, gente que la decepcionó y gente que la elevó. Estudios aprobados, metas y proyectos realizados, crecer y formarse con individualidad absorbiendo todo aquello que quiso aprender. Conoció el amor y la destrozó, conoció la amistad y el olvido, conoció la vida de aquellos que la asediaban en su día a día, y algunas muertes que se quedaron clavadas, y que sus recuerdos permanecieron con ella por siempre aunque la volvieron mas dura y quizás menos inocente. Con el tiempo perdió su mirada tan transparente a base de que la gente se la arrebatara riéndose de ella. Conoció la nostalgia, la melancolía, la importancia de las cosas y los pasajes de conceptos que serían desechados.
Conoció lo que realmente valía la pena conservar y lo que definitivamente no. La felicidad que sintió en cada paso que daba libre al lado de quién la quería sin esperar nada a cambio, sin decepciones, sin tener que demostrar nada, sin lamentos por tenerla al lado, sino todo lo contrario, el orgullo máximo simplemente por ser ella misma y esa fuerza que la caracterizaba.
Experimentó tantos cambios y tantas ideas que solo era un cúmulo de lo vivido, miró hacía atrás y se preguntó si cambiaría algo. Se dio cuenta de que no movería ni una sola pieza que formaba su collage vital. Todo estaba ahí y era necesario para construir lo que hoy tiene. Lo que hoy es.

De repente con más lagrimas que nunca en los ojos alzó la mirada, limpiándose la cara mojada. Se empezaba a sentir incómoda porque no le permitía ver con claridad. Divisó a su acompañante silencioso, se quedó perpleja ante tal situación. Estaba sentado al pie de una tumba observándola, cruzado de brazos y una mirada de aflicción que jamás había percibido antes en ningún ser. Asustada apartó la mirada a ambos lados y descubrió que eso no era un parque cualquiera. Allí no había nadie salvo aquel acompañante y ella, el olor a flores y el silencio de la zona, las tumbas que la rodeaban…
Se trataba del cementerio de la ciudad. Su corazón comenzó a palpitar mas fuerte que nunca y sus pulsaciones aumentaban por segundos. Se paró a pensar que no recordaba nada de cómo llegó a aquel lugar, ni cómo se despertó aquella mañana. No sabía ni cómo había salido vestida a la calle. Recordó que solo notó un fuerte sosiego en la madrugada mientras estaba entre los brazos de su marido, una especie de tranquilidad que recorrió todo su cuerpo y a partir de ahí todo se congeló. No había ningún recuerdo en su mente, sólo recuerdos anteriores de momentos felices que inundaban su cabeza, y solo sentía simplemente el desconcierto de lo que sus ojos le estaban mostrando. No podía ser, nada de eso estaba pasando. Quizás se trataba de un sueño macabro o una pesadilla. Quiso chillar, pero todos sus esfuerzos fueron en vano.

Una mirada de pena la atravesaba literalmente el alma, no estaba dispuesta a llevársela así, con intranquilidad aún, con impaciencia en su rostro que denotaba una cierta incomprensión.
Le preguntó quién era y porqué la admiraba de esa forma y sentía dolor por ella.
La muerte la levantó y sin decir nada se descubrió por su frialdad que arrastraba opacando el calor de la zona. Colocando su mano entre sus costillas la siguió mirando sin articular ni pronunciar palabra alguna. Ahora sí, ya era la hora, todo había acabado.
No habría más recuerdos que rememorar, su paso por la vida dejó de ser.
Todo se esfumó y pensó si de verdad había aprovechado la vida como debería haberlo hecho. La época adulta no fue mucho mejor que las anteriores pero descubrió que vivió repleta de infelicidad y miles de momentos que colmaron su vida de una felicidad repleta también. Comprendió que la vida era eso y que era difícil conseguir momentos felices sin experimentar la infelicidad en su día a día, pero abarcó con serenidad que su paso en el mundo no fue en vano, que consiguió todo lo que se propuso y que realmente había logrado hacer feliz a infinidad de personas a lo largo de su vida. Ya estaba lista para partir, sonrió y miró hacía su acompañante. Por fin la contempló tranquila y dispuesta para lo que venía y por otro lado terminaba. Ahora tocaba dejar atrás todo lo que la había acompañado durante su camino; las risas, los llantos, las peleas, las alegrías, absolutamente todo, hasta lo malo, tomaba forma en sus recuerdos. Todo tenía la importancia justa. Se fueron todas las cargas que construyó una sociedad que la obligada a ser lo que no era a lo largo de su vida, todo lo que ella formó, lo que realmente la hacía sentirse plena y construyó con amor; su familia, el amor de su vida, sus metas, sus sueños. Ya sólo sentía serenidad y calma. Una luz terminó cegando todo, y con todo lo físico. En aquella tumba descansó su cuerpo y, ella desde algún lugar protegería lo que dejaba atrás. Allí permaneció aquella tumba vacía, bajo aquellos arboles que la cobijaban.

Reflexión de: Evelyn Ruiz