Esperanza. La historia de una lucha para vivir.

Hoy nos llega una historia de superacion. De aquellas que motivan a quien la lee. Una lección de cómo no tenemos que dejarnos oprimir por aquello que el destino nos impone. La lucha de una persona por vivir y poder cumplir su sueño a pesar de las adversidades. Una muestra de que luchando, contra viento y marea, se llega a donde estamos destinados.

RELATO:

Tenía ocho años y era de caracter afable y feliz. Toda la felicidad que el hecho de nacer en Liberia le podía dar. En una familia muy pobre, que apenas vivía de las ayudas de las ONG internacionales. A veces tenían que pasar por etapas realmente calamitosas, hasta el punto de haber perdido varios hermanos a causa de la guerra y el hambre. Pero su cuerpo parecía algo mas fuerte que el de sus congéneres.
Entre disparos, sirenas y lamentos, nuestro protagonista con apenas 17 años, decidió abandonar el pueblo tras haber perdido a la mayoria de su familia, empezando así su camino a Europa. Atravesó un tercio de Africa para llegar a Marruecos desde donde quiso llegar a España en busca de un futuro mejor.
Su padre, aquel que perdió en una de las batallas de la guerra civil de Liberia, siempre le animaba a salir fuera. A no rendirse, a vivir mas alla de sobrevivir. Con esas ideas grabadas a fuego en su mente, en su corazón y en su subconsciente, fue decidido a cumplir sus sueños.
Al borde de una patera, con 20 personas con sueños parecidos y con la responsabilidad de sustentar a toda su familia en las espaldas, este hombre llegó a las costas de Cádiz y pudo sortear su expulsión a través de contratos de trabajo ocasionales. Suerte que no corrieron la mayoría de sus acompañantes.
Este hombre, con un señalado sentido de la justicia, soñaba con estudiar la carrera de Derecho en España. Tal vez empujado por las preguntas que desde pequeño se hizo a tenor de las circunstancias: «¿Por qué nosotros? ¿A quién beneficia las guerras? ¿Quién deberia de estar encarcelado para evitar estos desmanes humanitarios?».

Sin embargo España entró en una grave crisis económica y nuestro protagonista se quedó sin trabajo durante años. Esto fue lo que le llevó a ser un pedigüeño, pero incluso en eso, iba a destacar. Se fue agenciando una serie de disfraces que se podía ir comprando en «los chinos» o que recogía de los contenedores de basura y, como no sabía tocar la guitarra ni tenía ningún arte especial que pudiera lucir en las calles, ni corto ni perezoso se dedicó a disfrazarse y vender clinex en los semáforos de Sevilla (ciudad que le encandiló desde que llegó). Y así, arrancándole la sonrisa a una población estresada pero con buen carácter, este señor se fue ganando la vida, llegando incluso a ahorrar para empezar su carrera de derecho. Su meta final: ser el juez de los pobres.

Cuenta la historia, que nuestro justiciero se cruzó con varios samaritanos que le ayudaron especialmente a cumplir su meta. Entre ellos un señor bondadoso que le pagó mil euros por un paquete de clinex. Pero eso, aunque importante, no fue lo más. A pesar de las condiciones en las que trabajaba, hiciera frio o calor, su premio era ver como poco a poco se llevaba consigo un buen puñado de sonrisas de todas las edades, al verle disfrazado de Caperucita Roja o de payaso.
Tras diez años al pie del semáforo, se convirtió en un pequeño icono de la ciudad, reconocido y querido por todos, lo que ayudó a que los medios de comunicación pusieran el foco sobre su historia y anduviera los siguientes pasos para convertirse en señor juez, prosiguiendo así una historia tan desgraciada al principio como inspiradora al final. Y es que nada como la determinación y la fuerza de voluntad para dejar a un lado las crueldades del azar geográfico.

Su nombre es Howard Jackson, vive en Camas (Sevilla) y aún se le puede ver vendiendo clinex en la capital andaluza.

Relato corto de: Paco Mitos (basado en la historia real d Howard Jackson)