Mis queridos hijos. Una proyección de futuro.

Esta semana nos adentramos en la mente de un padre que observa maravillado la grácil inocencia de sus hijos mientras juegan en el césped.

Nuestro protagonista vivirá una experiencia reveladora. Os invitamos a que la conozcáis.

RELATO:

MY DEAR CHILDREN

Y ahí estaba ese padre, observando a esos niños… Sus propios hijos…
Mientras los contemplaba, no podía asumir la magia de la vida. La misma magia que propició crearla junto a su pareja con mediación del infinito amor que se profesaban.
Mientras jugaban, se revolcaban por el suelo, se tocaban la cara mientras sonreían, su padre veía en ellos la infinita inocencia que alberga el ser humano en sus orígenes. También guardaba un rinconcito de su mente para reflexionar sobre el destino de tan grandes valores durante el crecimiento. La propia madurez, un entorno hostil, una sociedad egoista, un «sálvese quien pueda», bien pudieran estar detrás de esas razones. Sin embargo, ese padre no quería inmiscuirse demasiado en esos asuntos para que la hermosa sensación de ver vida de su vida se opaque por oscuros supuestos.

En ellos, proyectaba sus propios deseos. Quería que, cuando fueran mayores, esos niños sean lo que él y su pareja no pudieron ser, fruto del crecimiento en otros tiempos no muy favorables.
Él, se imaginaba a su joven hijo pintando algún cuadro o haciendo música. A ella, siendo una brillante escritora o bailarina. Y estaba dispuesto a trabajar muy duro para que sus hijos tuvieran acceso a formación.
Sin embargo, los sueños de esos niños, aún por configurarse dentro de sus pequeños cerebros, iban por otros derroteros. Pero no importa. Nada ni nadie tendría el poder para acabar con ese gran momento de vida contemplativa.

Sin embargo, pasados unos minutos, empezó a sentirse acechado por pensamientos de la vida cotidiana. La mundana. «Mañana tengo que preparar varios asuntos del trabajo», «Tengo pendiente hacer una llamada al jefe para informarle de un tema que me tiene preocupado» o «Tengo que gestionar bien el poco dinero que me queda hasta fin de mes» amenazaban la paz interior conseguida con esa visión de magia ante sus ojos.

Un fuego interno recorrió su espina dorsal. La rabia contenida le obligó a cerrar los puños y ponerse en pie. Fue entonces cuando una revolución interior se hizo presente en su alma. Pensó sin pensar que se acabó. Pensó en hacer algo para mejorar el mundo que dejaría a sus hijos. Pensó en atenuar a los lobos que seguían acechando y… se fue con sus hijos a jugar.
En el propio cesped, él participó de los juegos. Se revolcó con sus hijos sin importar que se le vaya a manchar la ropa, se tocaron la cara mientras reían y reían. Los niños, locos de felicidad al haber encontrado a su padre, tan grande de tamaño y de alma, en el rol de compañero de juegos. Lo preferían así. Ellos no eran conscientes de la cantidad de barreras sociales, internas, culturales que ese hombre tuvo que superar hasta que le llegó la hora de la revolución. La revolución que vive en esos niños de manera natural. La que nos debería guiar en nuestra moral y alejar los preceptos sociales que nos corrompen. Los mismos preceptos que impiden que, cada día, millones y millones de padres, jueguen con sus hijos.

A partir de ese día, la familia fue verdaderamente feliz. Su padre les leía cuentos por la noche, los arropaba, los mimaba, jugaba con ellos siendo un niño mas. Un poco mas grande, pero con su alma respirando candor y decidida a que la revolución deje de serlo para convertirse en su nueva y deseada cotidianeidad.

Relato de: Paco Mitos